viernes, 7 de febrero de 2020

EL OASIS DEL CAMINO. Por Juan Antonio Muñoz Muñoz

          
El cerro y castillo de Overa, centinelas en medio del cruce de caminos .Fto: J.A. Muñoz

                               Ponencia: I Jornada de estudio "SALVEMOS EL CASTILLO DE OVERA".
     
       Tenía mi padre una carpintería a la entrada de Lubrín donde paraba el correo de Zurgena cargado de correspondencia, pasajeros e historias, entre ellas las peripecias del paso por el río
Y cuando alguno de los escasos vehículos del pueblo emprendía camino del Almanzora hacía  parada en la carpintería de Joaquín para informarse del caudal, de las posibilidades de paso o  si había mulos para aliviar el apuro. 
Nunca había visto más agua que la que discurría por la rambla y me gustaba imaginar el río. 
Lo vi por primera vez con seis años cuando fuimos a acompañar a unos tíos que emigraban a Barcelona en su camino a la estación. Debía ser invierno porque la corriente obligó al conductor a bajarse y calcular las posibilidades antes de iniciar la maniobra que abordó bajando previamente a los pasajeros. 
Más que el agua me impresionó la amplitud del cauce, el aroma de la ribera y las historias que contaron sobre sus crecidas.
No era consciente de su declive hasta que a finales de los setenta tuve novia en Overa y cruzaba a menudo un cauce cada vez más exiguo. O cuando los mayores rememoraban boqueras de aguas claras cargadas libremente del río. 
Aun así, recuerdo paseos entre naranjos regados a manta extendidos sobre un paisaje del agua placentero y exuberante. Y el denso aroma del azahar. 
Hoy sé que asistí a los últimos años del río, de la vega tradicional y tal vez de una época. Y cuando desde Overa Viva me invitaron a participar en las jornadas tuve claro que además de contextualizar el castillo me tocaba escribir el réquiem del oasis. 
Santa Bárbara (la originaria Overa) a la vera del cauce seco del río Almanzora. foto: J. Pardo

El paraje de Santa Bárbara reúne los requisitos que la lógica del territorio impone a los espacios áridos para antropizarse y habitarse, al menos desde finales del Neolítico: río, manadero estable, vegetación de ribera, espacio cultivable, caza, pesca, metales, cruce de caminos y un alto defendible donde protegerse y controlar el paso.
El estrechamiento del río donde confluye la cuenca del Almanzora camino del mar y las vías que unen los espacios sureños con los levantinos, multiplica la importancia geoestratégica de Santa Bárbara, donde no por casualidad se levantó la fortificación medieval que nos ocupa. 
Pero no es el castillo en si el objeto de este artículo, sino la evolución histórica -más bien involución- del espacio que domina, para poder entenderlo en circunstancias normales, y digo normales, porque los dos últimos siglos lo han alterado hasta desnaturalizarlo de tal manera que difícilmente sería reconocible para un habitante medieval, romano o argárico (a sabiendas de que estos intervalos conllevan cambios climáticos y antrópicos, pero difícilmente comparables con lo ocurrido en los últimos siglos).
En definitiva, se trata de aproximar la realidad de este paraje fluvial para entender el castillo de Overa en el contexto histórico y natural en el que han vivido sus moradores. Para ello se hace necesario tratar del río que da la vida, de los caminos que llevan la gente y como ha cambiado su contexto para comprender lo que históricamente han sido.  
Los meandros del río van dejando depósitos de buenas tierras (los pagos de Overa), ideales para los asentamientos.


A. EN CUANTO AL RÍO  
La época de la Ilustración, la Contemporánea y especialmente el último siglo, han transformado el cauce y su ribera de tal manera que el río ahora es rambla mientras que la vega ha desaparecido aguas abajo del castillo y mutado aguas arriba. El oasis del camino que conformaba este espacio ribereño es ahora un cruce de carreteras desprovisto de la vega histórica y del sotobosque que  proporcionaba el humedal. 
De un paisaje fluvial se ha pasado a un paisaje de infraestructuras y servicios con el añadido del movimiento de tierras y transformación que supone el trazado de la autovía en un espacio árido donde la recuperación vegetal es lenta cuando no imposible. 
En este sentido sería conveniente que las ruinas del castillo con su torreón como referente visual y conceptual, pasen de testigo mudo a un espacio de interpretación que además de informar del monumento lo hagan del espacio que hemos desnaturalizado para poner en valor lo perdido, sobre todo ahora que empieza a dolernos en la conciencia y en la vida cotidiana el cambio climático. Y que sirva de reflexión.
El rio siempre fué un eje de comunicaciones del mar a las ricas montañas mineras del interior.


Y esto ha ocurrido básicamente por dos razones:  
1. Por la acción directa del hombre 
En condiciones normales, hace 300, 500 ó 1000 años, la extensión de la cuenca y sus aportes de montaña proporcionaban potencial hídrico para garantizar escorrentías superficiales e incluso en situaciones adversas mantener remanentes subálveos para recargar la cubeta de Overa. Esta cubeta es fundamental para entender el paisaje ribereño y su potencial hídrico pues rebosa naturalmente o mejor dicho, rebosaba a los pies del castillo, de tal manera que además de controlar el paso y su territorio la fortaleza controlaba también el agua en su punto más sensible y estratégico.   
Vida cotidiana. Baria. exposición: Dioses, tumbas y gentes (Museo de Almería).
Y conviene recordar aquí, que en esta zona árida del mapa nada vale más que el agua, al menos hasta que su obtención no dependía de la tecnología ni era un producto de mercado. Hasta ese momento, el agua ha sido el limitante y recurso natural que ha determinado la vida, la riqueza, la demografía y el control y ocupación del territorio.
Pero además, un punto estable como este garantizaba la caza y la pesca tan necesarios para la supervivencia rural e importantes para el ocio y las relaciones tradicionales. Sobre todo en época nazarí donde además de formar parte de su cultura y aporte proteico permanecían libres amplios territorios incultos.  
  
La fundición de metales. Dioses, tumbas y gentes.Baria (Museo de Almería).
  El cambio más drástico del paisaje empieza a fraguarse en Época Contemporánea con el auge demográfico y de cultivos pues a la vez que aumentan estos lo hacen las boqueras que derivan las aguas a las crecientes vegas ribereñas dejando el caudal cada vez más mermado. Cabe aclarar que  hubo otras épocas donde la antropización del territorio fue significativa como la que propició la alteración de la cubierta vegetal en época argárica y muy especialmente en el mundo romano que roturo grandes extensiones. Esto propició un aumento la demografía del Bajo Almanzora y tierras de Vera hasta cotas que no se alcanzarán hasta posiblemente comienzos de esta época. No olvidemos que esta zona ejerció como traspaís o hinterdland de Baria con los aprovechamientos agrícolas e hidráulicos que conlleva. 
Boqueras concatenadas. Foto: J.A. Muñoz.
Pero aparte de estas grandes boqueras, en la sierra y piedemonte de las Estancias, se multiplican las boquerillas asociadas a cada uno de los bancales que lindan con las ramblas pugnando entre ellas para capturar las aguas turbias que arrastran las tormentas. 
Estos arrastres de montaña fueron paulatinamente aumentando a la vez que la sierra se fue deforestando en los tres últimos siglos. Hablamos de una sierra extensa y roturada que cada vez retiene menos agua y suelta más tierra que las boqueras capturan para fertilizar y recrecer los bancales. Este efecto también se produce en el margen de Filabres pero con arrastres menores.
El agua, siempre base de la vida y el desarrollo. Foto: J.A. Muñoz
Resumiendo y volviendo a la paulatina merma de aportes hídricos, las escorrentías de las sierras de Filabres y Estancias tienen que superar una múltiple carrera de obstáculos, es decir boqueras, que difícilmente les permiten llegar al Almanzora. Así conforme avanza el tiempo, se multiplican los cultivos con boqueras disminuyendo los aportes y mermando el caudal que fluye bajo el castillo.      
Para garantizar los riegos de las nuevas vegas, aumentan también las galerías drenantes de tal manera que llegamos al siglo XX con el río cargado de boqueras en superficie y galerías drenantes bajo las arenas. 
Estas galerías, además de aumentar en número, lo hacen en longitud siendo habitual su prolongación en periodos de sequía. Como consecuencia, el caudal mermado ya en superficie lo hace ahora entre las arenas. Y cabe recordar que el río cuenta con un potente estrato arenero por el que discurre -más bien discurría- el caudal oculto acrecentado por una pendiente en torno al 1%.     
Conducciones subterráneas. Foto: J.A. Muñoz
Una de estas fuentes, es la Fuente de Overa, galería que surtió la vega de Cuevas del Almanzora quedando sus cultivos y producción a merced de esta kilométrica captación. Y no hablamos de una vega común, sino de una vega histórica, extensa -de unas 7000 fanegas- y productiva gestionada por una comunidad de regantes numerosa y participada por hacendados, especialmente en el siglo XIX donde se invirtieron excedentes mineros. 
La dependencia de la vega de Cuevas del Almanzora de esta fuente obligó a laboriosos y reiterados trabajos de optimización supervisados por técnicos y administración pues hablamos de una estructura subterránea de tal envergadura que a finales del XIX superaba los cuatro kilómetros. Contaba con casi medio centenar de lumbreras y un amplio conducto de fábrica por donde transitar holgadamente tanto el personal como los materiales y aperos de mantenimiento.      
Galería drenante. Foto: J.A. Muñoz
Cabe recordar aquí que parte de la vega de Overa y su actual población se debe a esta época en la que se invirtieron excedentes mineros en tierras y agua para la extensión de monocultivos.  
La rentabilidad de estos monocultivos, uva de barco y naranja, hace que los motores empleados en el desagüe de las minas se instalen también en la vega.  
Más vega, monocultivos, más gente, boqueras, galerías y ahora los motores de combustión. El río llega, pues, al siglo XX mermado. 
Gráfico de una galería y lumbrera. J.A. Muñoz

Durante este siglo los motores se perfeccionan, se hacen sondeos a máquina,  la vega traspasa el margen y se extiende por el piedemonte. La naranja cobra fuerza y va sustituyendo a la uva. Y se roturan nuevas tierras.    
Luego llegan los motores eléctricos, se multiplican los sondeos y se profundizan los pozos. 
A mediados de siglo XX el abastecimiento público va llegando a los hogares y se demanda más agua, más galerías y sobre todo más pozos. Más gente con más gasto, más cultivos, industrias y talleres de mármol… y menos río.
En 1973 el río hace honor a su nombre romano, Surbo (flumen superbum) y una sorpresiva avenida de agua y barro arrasa literalmente la vega e inunda poblaciones. También se lleva el puente de Overa, icono metálico del Bajo Almanzora.  
Tras el desastre la vega se rehace aguas arriba de Santa Bárbara pero aguas abajo los terrenos se expropian para la presa proyectada en Cuevas y quedan definitivamente sentenciados. 
Y desaparecen los Orives, una aldea genuina y ancestral confinada entre el cauce y la sierra de Almagro.  
El pantano inaugurado en 1989, concebido para albergar 169 hectómetros cúbicos en sus 526 hectáreas de superficie, tuvo que desaguar al poco de su puesta en servicio tras un periodo excepcionalmente lluvioso mostrando en 1997 una estampa sorprendente con el agua a los pies del malogrado puente de Santa Bárbara. 
Llegado el siglo XXI el naranjo pierde rentabilidad, apenas hay relevo generacional y la vega se reduce, abandona o en el mejor de los casos pasa a empresas agrícolas que se surten de aguas profundas, de los trasvases del Tajo y Negratín o del agua desalada. 
Empresas que roturan saladares y pastizales y lo que fue bosquete de maquia en tiempos del castillo queda transformando en monocultivos extensivos. Pastizales, caminos y saladares del Campo de Nubla y Ballabona plantados de naranjo y olivar intensivo. Y aguas arriba se urbanizan nuevos núcleos residenciales. No hay agua para tanto y toca depender de embalses y conducciones. 
En el siglo actual el río es una rambla ancha cuyos pozos descienden en busca de capas freáticas esquilmadas o simplemente agotadas.     
Cambia la ribera, la vega, el paisaje y el paisanaje pero permanece el torreón como testigo mudo.
El río Almanzora fuente de vida y razón de ser de Overa a través de los tiempos.


2. Por el cambio climático.
Aunque aún hay quien niega el cambio climático, los hechos contrastados, el  aval de la comunidad científica y los efectos comprobados de emisiones y subida del nivel del mar van imponiendo su lógica. Y llegado este momento no queda otra que aceptarlo y enfrentarse al reto, aunque solo sea por supervivencia.
En líneas anteriores hemos informado de las principales causas antrópicas de la desaparición del caudal del Almanzora y creo que el resultado es palmario y las explicaciones convincentes.
Pero hay otras causas por las que la alteración del caudal y del medio no son achacables a la acción humana directa. Me refiero en primer lugar a la merma paulatina de las nevadas y sobre todo a la disminución de los periodos en que aguanta la nieve. Podemos hablar con los mayores o contrastar datos, pero en ambos casos el resultado es el mismo: nieva menos, lo hace en cotas más altas y la gran reserva hídrica que atesoraban las cumbres de Filabres ahora es más débil y efímera. 
El aporte nival procedente de la umbría de Filabres por tierras de Álcontar, Serón, Bacares, Velefique, Laroya y Purchena y Sierro merma década tras década.
Este aporte que en otras condiciones garantizaba riegos de aguas claras durante los meses de invierno e incluso en primavera, difícilmente discurre ahora por el Medio y Bajo Almanzora, y a veces ni por el Alto. Unas aguas nivales decisivas por su capacidad de recarga de acuíferos y penetración en el álveo.             
Y en cuanto a la lluvia, la tendencia parece indicar que se va reduciendo, o al menos los episodios de lluvias persistentes son menos favorables. Otrora los agricultores permanecían atentos a las tormentas de la cabecera de la cuenca y cuando el agua llegaba cargaban la boquera y gestionaban el turbión con pericia y experiencia. 
Agua y limo que aseguraba cosechas y calidad. Estos episodios que solían repetirse más de una vez al año son ahora menos frecuentes aunque también es verdad que el cauce está seco, el álveo agotado y las tormentas de otoño difícilmente provocan turbiones con capacidad para avanzar hasta el pantano. Y cuando las boqueras no cargan aguas turbias hay que fertilizar químicamente. 
Puente Hierro con Santa Bárbara al fondo. años 40. Fondo Overa Viva.


B. EN CUANTO A LOS CAMINOS
El castillo preside el cruce de caminos desde un alto estratégico que lo fue antes, durante y después de la alquería. Un punto de confluencia donde pasan: 
El camino histórico del levante camino de Lorca, Murcia o Cartagena.
El que viene de Vera y Almería por la costa.
El camino de Lubrín, que viene de Almería y zonas de Nacimiento y Andarax atajando por la sierra. Los mayores aún recuerdan arrieros y rebaños cruzando el río, especialmente sábados y domingos hacia el mercado comarcal de Lubrín. Este mercado llegó a contar con una línea de autobús que conectaba con Huércal Overa.
El que asciende por la ribera hacia las canteras y Baza, o deriva por la boca de Oria a los altiplanos granadinos. Una vía trashumante pero también estratégica para productos agrícolas y mineros.
El camino de la costa que llegado a este punto puede dirigirse al promontorio  de San Miguel para dirigirse al mar bordeando la Serrata y facilitar el trasiego de cargas pesadas. 

El que desciende aguas abajo camino de la zona minera de Almagrera y la costa. Esta vía, ahora impedida por el pantano, fue camino natural de penetración de la importante ciudad mediterránea de Baria. En los 1400 años de historia de esta gran ciudad comercial y minera pasaron por allí íberos, fenicios, cartagineses y  romanos. En su puerto se comerció con metales, salazones, mármol, espejuelo y los habituales productos de intercambio. De la cercanía de la ciudad situada solo unas horas aguas abajo cabe deducir una conexión y dependencia importante, al fin y al cabo pasado este estrecho de las afueras de Baria se abría una conexión con la cuenca del Almanzora, sus productos y sus caminos.  
El cerro Minao un importantisimo lugar arqueológico aún por estudiar a fondo.
Por último cabe mencionar el corto camino de la rambla de Santa Bárbara hacia el Cerro Minado. Este coto minero se explotó ya en la Edad del Cobre y parece ser uno de los primeros casos de extracción mediante galería. En este contexto surge un poblado fortificado de 1, 5 ha de extensión situado frente al castillo y junto al río. Desgraciadamente lo cortó por la mitad la carreta nacional y la autovía le pasó por encima. Un yacimiento arqueológico interesantísimo que al  menos fue estudiado y documentado antes de desaparecer y donde se han encontrado crisoles, cobre, escorias y otras evidencias de actividad metalúrgica.  

El castillo, vigía de nuestro destino.



Recordar finalmente que el enclave de Santa Bárbara como punto estratégico  implica asentamiento humano, control militar, comercio e intercambio cultural. Y en este caso además control del río y del agua. El castillo es la consecuencia.



Juan A. Muñoz en su intervención en la I Jornada "Salvemos el castillo de Overa"










No hay comentarios:

Publicar un comentario

SI DESEAS PUBLICAR COMENTARIO, identifícate y cumple con el código deontológico de Overa Viva. No ataques a nadie, se educado y realiza críticas constructivas.