Dieciocho y diecinueve
de octubre setenta y tres.
Los campos pedía agua
resecos de tanta sed.
El cielo se hizo tormenta
feroz, de tanto llover.
Han sonado diez mil truenos
y otras tantas luces ven,
los que temblando miraban
correr el agua correr.
Agua y árboles corrían
por los cultivos de ayer,
mezclando gente y rebaños
barro y agua por doquier.
De tanto crecer las ramblas,
ven fuera de su nivel.
Puentes y muros se han roto.
La gente llorar se vé.
La torrencial lluvia crece;
los ríos se ven crecer.
Los caminos se han tapado.
La gente ignora su hacer.
Por unos campos va el día;
por otros anochecer.
Reloj distinto del agua,
horas distintas de ver.
Cada persona se ha puesto,
debajo de su dintel.
El agua crece en los muros
de las casas por los pies.
Los pueblos, llora que llora;
pero no pueden correr.
Se hace terrible el dolor.
Las casas se ven caer
como si fueran de cine,
de frágil papel.
Los niños se ven subiendo
por sillas y canapés,
remotos de muerte joven,
fecuendos de puerto fiel.
En la cuna de la mar
del sueño calman la sed.
Dolor de agua terrible,
dolor que no debió ser.
De Huércal-Overa a Adra
en varias parcelas es
el más siniestro daño
que Almería pudo ver.
Dieciocho y diecinueve
de octubre setenta y tres.
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