Aunque espesos nubarrones amenazan al Pago de Overa... tenemos que luchar por un futuro verde... |
OVERA DEL SOL NACIENTE
A la
salida del sol,
un mar
verde de naranjos
con perfume
de azahar
y
brillantes rubios astros,
recibía al
jardinero
de Overa, su agricultor,
encaminándose al Pago.
Antes de que desapareciera el Pago de Overa, la más rica huerta del Valle del Almanzora, a causa de la expropiación de tierras hecha por la construcción del pantano de Cuevas, por la extracción masiva del agua de la “cubeta” para poner en regadío las plantaciones de la Ballabona y por la implantación lenta pero constante de un nuevo sistema de vida que alternaba el plan de empleo rural con el trabajo de temporada en la hostelería catalana, junto con la desaparición de las generaciones de mayor edad y la incorporación de muchos jóvenes a estudios medios y superiores, la explotación de la tierra era la actividad casi exclusiva de mis paisanos.
El
frutal indiscutiblemente hegemónico en las riberas del río era el naranjo, hoy
lamentablemente trasladado a los cerros y llanuras circundantes.
Era
tal el arraigo de este cultivo, que los árboles con frecuencia alcanzaban alturas de tres o cuatro metros y abarcaban un diámetro de sombra en su ramaje al mediodía de verano de otros cuatro
o cinco, prueba evidente del cuidado recibido de sus dueños. La edad de las plantaciones en muchos casos superaba
el medio siglo, y seguían produciendo abundante cosecha, beneficio y disfrute
paisajístico aquellos aromáticos huertos.
Predominó, en ellos la variedad
de naranja imperial, fina de piel, dulce y sabrosa como ninguna, durante muchos
años, aunque también había naranjas “castellanas”,
“grano de oro” , “cañaduz” y “sanguinas”; esta última, muy escasa.
Muchas variedades de naranja se han utilizado en Overa |
Posteriormente se introdujeron variedades modernas: “Washington”,
“Thomson”, “Nabel”, etc, en los últimos años de la dilatada vida del Pago.
Estos
formidables ejemplares de naranjo eran tratados con mimo en todas las
labores de su cultivo: la artística
poda, el riego oportuno a manta, el injertado cuidadoso, las labores de cava
honda a base de legón o azada catalana, luego motocultor; la recolección bulliciosa
y las operaciones sofisticadas de desinfección de parásitos.
En
cuanto a esta última operación, era digno de ver cómo de uno en uno los árboles
se vestían con una enorme lona que servía de envoltorio a modo de tienda de
campaña circular o cápsula, mientras se fumigaba su interior con un producto
plaguicida-insecticida fortísimo del tipo dicloro dimetil tricloro etano (DDT
como ponía en los bidones), que acababa absolutamente con todo bicho viviente
que habitara o accidentalmente se encontrara en el árbol en el momento de la
fumigación. Eran los técnicos especialistas los valencianos Gerardo y Darby, su
hermano, huéspedes durante unos meses al año de la Venta, regentada por
Gregoria y José Antonio cuya hija menor era la belleza del lugar y pretendida
de huéspedes, como el primero mencionado, hábil conductor de la única vespa que
en la época circulaba, conducida por su dueño con una sola mano y el otro brazo
escayolado en cabestrillo.
Sistemas de riegos heredados de los árabes...en pleno uso. |
Venta que fue punto obligado de parada del “Correo”, vehículo
del servicio de viajeros y correspondencia prestado primeramente por una
especie de hispánica diligencia, el “altomóvil”
de gasógeno; luego, por primitivos autocares de aceite pesado (gas -
oil) o gasolina; y finalmente, por modernos vehículos de línea de viajeros: los
Setra Seida, de estilo y factura alemana, confortables sin llegar al aire
acondicionado ni el video, pero sí con radio y elegantes cortinas correderas
termoaislantes que proporcionaban, además, intimidad al envidiado pasajero.
El mismo establecimiento hostelero que vio
pasar a infinidad de personajes, curiosos unos, admirables o inquietantes,
otros, y que fue lugar de contratación mercantil, básicamente de partidas de
naranja, adquiridas y calculadas “a
voleo”, o por kilos. Pero también lugar de intercambio cultural entre los visitantes y la población local, escenario
de saltimbanquis, titiriteros y otros
artistas ambulantes; centro de información y difusión de noticias, y mentidero.
Famosa Venta
también por sus pipirranas, así como por alguna
broma del ventero que literalmente dio alguna vez gato por liebre en un
sabrosísimo arroz.
En ella
tenía lugar la recogida de la correspondencia y su distribución a los críos
que, habiendo esperado impacientes a la sombra del “árbol de la pimienta” -falso pimentero- divisaban el vehículo postal a la altura del
esbelto puente Sopalmo o de la Venta “El
Chavo”, y corrían a ponerse cerca de Julio, el cartero, por si había carta para
la familia o para los vecinos, en aquella especie de estafeta de Correos,
evitándole así al funcionario el desplazamiento a los domicilios particulares,
y convirtiéndose ellos, los infantes, en interinos empleados del servicio
oficial. Salvo en los casos de comunicación
de giro postal, custodiada entonces, por el titular, el cartero.
A partir de inicios de los años 50, los bancales de narajos inundaron el pago de Overa... era el porvenir. |
Aquellos naranjos de los que
hablábamos, eran los mismos que en el mes de marzo se vestían de un manto
blanco de flores entre hojas verdes y soles amarillos que ofrecían un paisaje y
un aroma inigualables. Bajo su sombra se disfrutaba la paz y el bienestar
próximo al éxtasis que debieron sentir nuestros primeros padres Adán y Eva en
el Paraíso.
La
flor del naranjo, de aroma sin par, era
recogida en humildes pero limpísimos paños lavados en el Cañico o en alguna
otra de las muchas fuentes que manaban en el río, y una vez seca, guardada en
tarros de cristal, en tela limpia o papel, con la que se preparaba la mejor
infusión tranquilizante que imaginarse pueda, indicadísima para reponerse del
efecto anímico de noticias luctuosas, o sustos de cualquier tipo.
Las naranjas cortadas se transportaban en cajas de madera o a norre. |
La
recolección de la cosecha o “corte de la naranja” se hacía en pleno invierno si
no se había presentado la visita de alguna terrible helada que diera al traste
con las expectativas del propietario del huerto, del arriesgado comprador de la
cosecha y de los ocasionales jornaleros locales, dependientes en gran medida
del éxito de la temporada. Si el clima era más o menos favorable, entonces la
cuadrilla de hombres y mujeres, con sus capazos de pleita, alicates de corte,
algún perigallo y cajas de madera, daba cuenta de la producción frutal cítrica
durante los días, semanas o meses que durara la campaña, iniciando la jornada
en las mañanas casi siempre con rocío, si no escarcha, tras un rato de espera a que
el sol disipara algo el efecto del frío sobre la humedad reinante en los
agrillos del huerto.
Esos
mismos naranjos, en invernales noches de poniente eran lugar de atracción de
cazadores provistos de un carburo o linterna, que sorprendían a los pobres gorriones, verderones, chamaríes
o zorzales durmiendo en las ramas exteriores entre las hojas, y que, sin tiempo
para reaccionar al efecto deslumbrante del farol, caían atrapados en manos de
su captor. Muertos y llevados en un saco, al día siguiente eran desplumados en
algún rincón al sol, al resguardo del viento frío que soplaba desde la nevada cumbre
de la Tetica de Bacares; luego, fritos
en aceite de la zona eran un bocado prohibido exquisito. La Guardia Civil del “Control”,
establecido en el cruce de la Venta del Empalme vigilaba celosamente la captura
y el tráfico de estas piezas cobradas con nocturnidad y deslumbramiento.
Décadas después la venta ambulante de narajas fue la forma de vida... |
Pero las
naranjas de Overa tuvieron diferentes usos y destinos. Pues siendo el principal
el consumo y comercialización de la jugosa, saludable y bella fruta madura, los escolares las
empleábamos también como pelota de fútbol en los recreos, cuando todavía
estaban verdes. No era fácil dominar
aquel balón, y más de uno arrancó alguna
piedra del terreno de juego, en algún saque de esquina, de un puntapié. Pero no importaba si el resultado final era favorable. Es
decir, si habíamos ganado por doce a cero. Tampoco eran despreciables las
naranjas, como proyectiles, en nuestras
guerras primitivas infantiles. A fin de cuentas, dejaban menos huella en el cuerpo del enemigo
que las piedras.
Los naranjos cuidados con mimo han sido el modo de vida de Overa durante muchas décadas... |
Hubo también
una época en la historia del Pago de Overa en la que se compraba y se vendía la
“naranjilla”, fruto poco desarrollado que se desprende de forma natural del
naranjo cuando éste considera que le sobra; y que, recogida del suelo, era envasada
y tratada fuera de la localidad para la producción de algún cosmético o
remedio medicinal. Era admirable ver la
multitud de jóvenes recolectores bajo los naranjos en los meses de mayo y junio.
Esta actividad era consentida por los dueños de las fincas, al contrario de lo
que, tiempo atrás, había pasado en
relación con la hierba que se criaba en los bancales plantados de naranjos. En ese caso se había perseguido a quien se
atrevía a entrar sin permiso en propiedad ajena a coger hierba para alimentar a
los cuatro animales domésticos que tuviera (un par de ovejas, conejos, el
cerdo, …). El guarda jurado, provisto de un retaco o carabina y una chapa
metálica dorada que le acreditaba como autoridad del Pago, vigilaba y se
incautaba de la carga de hierba y tal vez de las naranjas que ocultaban las
matas en el fondo del capazo. Estos aguerridos vigilantes eran casi tan temidos por
los furtivos como la “pareja” de la
Guardia Civil, famosa por su ejemplaridad y severidad de la represión del delito, en cuyas manos se ponía, a veces, al
infractor.
increible cuantos recuerdos olvidados gracias a esta iniciativa mis hijos estan sabiendo cosas que ni se podian imaginar. Jose
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