Construida
a finales del siglo XIX, es probable que sea la más antigua de las
balsas de Overa. La llamaban así por sus antiguas copropietarias,
las hemanas Dña. Juana y Dña. Estefanía Molina Ayas, que vivían
en la casa señorial cercana a la misma. Los más jóvenes la hemos
conocido como la balsa de D. Pepe, por ser el heredero de la citada
casa, pero en realidad, la propiedad era de los cuatro hermanos
Molina Mena ( Dña. María, D. José, D. Pedro y D. Antonio).
Se
trataba de una hermosa alberca(1) de forma cuadrangular y bastante
profunda que servía para el riego de las fincas de los citados
señores. También se usaba como abrevadero de las bestias de labor o
para lavar la ropa, cuando no corría el agua por la acequia.
Podría
haberse llamado “la
balsa del pueblo”,
pues en ella se bañó toda la gente de Overa y pueblos limítrofes.
Recuerdo cómo jóvenes de Zurgena, Arboleas, etc, venían a darse un
baño o se paraban a darse un capuzón cuando volvían de la playa,
“para
quitarse la sal”,
decían. No hablemos ya de Huércal, donde la mayor parte de sus
gentes eran conocidos de los propietarios.
Por
ese carácter popular no le caería mal el apelativo de “la
Villa Jarapa de Overa”.
En efecto, así conocíamos a una playa de Vera donde veraneaba
toda la comarca del Almanzora y pueblos adyacentes. Se caracterizaba
por una serie de chabolas construidas con unos palos y jarapas, donde
hacían vida los que se podían permitir unos días de vacaciones.
En
la balsa de las Molinas nos enseñamos a nadar a la manera de la
época; es decir, atados a la cintura con una cuerda y llevados por
algún adulto. Los flotadores eran inexistentes y se consideraba un
privilegiado quien tenía un conjunto de corchos enfilados a modo de
rosario que se colocaban en la cintura; que aunque no te impedían
hundirte en el agua, te ayudaban a sostenerte un poco.
Pero
no sólo fue un lugar iniciático en lo concerniente a la natación,
sino también en lo que respecta a la geometría de las líneas y los
cuerpos. Aprendimos con el interés del más aplicado de los alumnos,
cómo de un año a otro las rectas se tornaban curvas; lo plano se
transformaba en volumétrico. Los imberbes, en velludos adolescentes
– por aquel entonces era impensable que un joven se depilase -. En
esta pasarela observamos, con el rigor de un científico, el primer
biquini, que si no era un escándalo para los de mi edad, sí lo era
para nuestros padres. Pensemos que, para nuestros bisabuelos, era una
obscenidad que una mujer enseñara los tobillos.
Así
pues, acabada la escuela y llegadas las vacaciones estivales el
“uniforme”
dejaba paso al bañador y en pocos días estábamos más negros que
el tizón. Cuando se acercaba el mediodía, conforme íbamos
llegando, tomábamos carrerilla y...”el
capuzón de la Virgen pura, que no me dé frío ni calentura”.
Capuzón
tras capuzón, cuando llevábamos un buen rato, los labios morados y
dando tiritones, nos tumbábamos en el suelo pelado y cuando el astro
rey nos calentaba, rebozados en tierra...“el
salto de la parpalla, que se me haga la raya”. Después
del intermedio de la comida, vuelta a las “nadadas”,
a veces sin que transcurriera el tiempo necesario para la digestión.
De ahí... “el
capuzón del grajo si salgo salgo y si no al carajo”.
Joven lavandera. Balsa de las Molinas. (Foto: Henrique de Dinamarca). |
Éramos
unos expertos nadadores hasta el punto de capturar algunos peces de
colores. Nos sumergíamos e iniciábamos su persecución y, al
sentirse acosados, se refugiaban en las algas. Era el momento de
coger el puñado con el pez dentro. Otra de las proezas probaba la
resistencia pulmonar y consistía en cruzar la balsa por debajo del
agua, hazaña que pocos conseguían, dadas las dimensiones de la
misma.
Nos
lanzábamos al agua de todas las maneras habidas y por haber: de púa,
de bomba, de pie haciendo la estatua, de espaldas, de “panza”,
de voltereta...Pero no de cualquier manera, sino con estilo: con
mucho estilo; y desde la mayor altura posible. Es decir, desde la
Molineta, que era nuestro trampolín. Me refiero a un depósito de
agua de unos tres metros de altura, donde antiguamente había una
molineta(2) para extraerla del pozo, aprovechando la fuerza del
viento. Anteriormente, los bañistas también se tiraban desde una
centenaria encina que había junto a la balsa, y para evitar un
posible accidente, fue víctima del serrón de los Garro - mis amigos
carpinteros - y pasó a otra vida reencarnada en pesebreras, mesas
de matanza,etc.
Una
habitación contigua, abandonada, hacía de vestuario - para quien lo
necesitara – y nos servía a los autóctonos para escurcar los
bolsillos de los forasteros y birlarles algún cigarrillo. Sólo
pagaban “ese
piso”(3)
por compartir balsa con nosotros. En estos “vestuarios”
teníamos guardada una pesada barra de hierro, con la que hacíamos
levantamiento de peso para que, junto con el pan y chocolate,
desarrollaran los bíceps.
Balsa de las Molinas en la década de los sesenta.Dos chorros de vida que hicieron de las fincas de los hermanos Molina Mena, un lugar paradisíaco. (Foto: Henrique de Dinamarca). |
Pero
como éramos anfibios, también había actividades terrestres
asociadas a la balsa. A la salida del agua, en la acequia, teníamos
hecho un “bebeor”
donde poníamos la red para cazar “colorines”.
Mediante una sencilla arte de pesca, consistente en un alfiler
doblado, un hilo y un trozo de caña, capturábamos peces de colores
con el único cebo de una corteza de pan. Los aficionados a la columbicultura, contemplábamos cómo los palomos “ladrones
se ligaban a las laudinas” del
cercano palomar. Muchas veces hacíamos un alto en el baño y nos
dedicábamos a recoger naranjilla con el fin de ganar unas pesetas
para nuestras fiestas...También podíamos tener el encargo de segar
un capazo de hierba para los conejos, ovejas o cabras que, por
aquella época, eran frecuentes en casi todas las casas...
En
fin, amigos, los baños, como su relato, también tienen su término;
así que despidamos el mismo como lo hacíamos con el agua. Cuando
llegaba el momento, nos dábamos el último capuzón del día: “el
capuzón de Cristo, que me visto”.
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(1).
Alberca:
Del
árabe hispánico
albírka.
Depósito
artificial de agua, con muros de fábrica para el riego.
(2).
Es posible que la corriente eléctrica llegara a Overa de manos del
pozo de las Molinas.
(3).
Era costumbre que cuando un mozo iba a rondar a las jóvenes de otro
pueblo, tenía que “pagar
el piso”;
es decir, invitaba a una ronda de vino, aguardiente... a los del
lugar.
Amigo, seguimos esperando más aportaciones a la pequeña historia de Overa que con tanta maestría describes... Y sobre las semblanzas de los personajes únicos de nuestra Overa, que se que tienes en la cabeza...
ResponderEliminarJuan Pardo