Por Isabel Parra Parra
Corría el año 1973, cuando a mis padres, Francisco de Zurgena y Julia de Overa, que eran emigrantes en un pequeño pueblo de Francia, les rondaba la idea de volver a sus raíces. Empezaron a pensar en qué podían trabajar cuando volvieran y se les ocurrió que una panadería podía ser algo novedoso que proporcionara el sustento para su familia en la tierra donde se habían criado y así poder volver a sus orígenes y a su añorada tierra de Overa. Mientras maduraban esa idea en la cabeza, Francisco empezó a aprender el oficio, ya que no venía de tradición, en una panadería en Francia durante los fines de semana. Se pusieron en contacto con el Servicio de Migración y consiguieron la licencia ya que en el pueblo había un total de 1.290 habitantes, que era el mínimo exigido en aquella época para tal fin.
El día 2 de junio de 1973 dejaron atrás sus vivencias de 15 años en Francia y llegaron a Overa con sus 2 niñas, cargados de ilusión en el comienzo de una nueva vida como empresarios en su tierra. Comenzaron a arreglar el local, y mientras tanto, Francisco seguía con el aprendizaje del oficio en una panadería de unos amigos en Fines. La maquinaria fue traída de Alcantarilla (Murcia) y de Valencia.
El horno de leña (que ya quedan pocos) fue traído desde Madrid (Hornos Maeso), y tuvieron que venir varios montadores e ingenieros para poder montar una maquinaria tan pesada.
Por fin, el día 2 de noviembre de 1973, la panadería abría sus puertas y se comenzó a hacer pan, tras la bendición del párroco D. Bernardo.
¡Que olor más agradable había llegado a esta tierra! Como curiosidad contar que el medio kilo de pan, costaba a 7 pesetas, y la barra de cuarto a 5 pesetas.
Una vez comenzada su andadura como panaderos, Julia, empezó a recuperar recetas de dulces tradicionales y comenzó a elaborarlos, para su venta: bollos de miel, rollos de naranja, roscos de vino, pasteles de cabello de angel, mantecados, bizcochos, roscos de viento, y por supuesto la especialidad de la casa, que eran los sobaos, podíamos encontrarlos en la panadería. ¡Quien no recuerda aquel olor característico a sobaos, los viernes por la tarde a la caída del sol! Sabemos que en más de un hogar aquellas noches, la cena era chocolate con sobaos……..
Fue un oficio duro, ya que la jornada comenzaba a las 2 de la madrugada para que a las 6 de la mañana, hora en la que la gente preparaba sus “morrales” para ir a trabajar, tuvieran el pan listo, y los niños se llevaran al cole su bocadillo con pan recién hecho. Una vez hecho el pan del día, Julia se ponía en el despacho y Francisco cargaba su furgón con pan y dulces, para repartirlos en los alrededores. El pan llegaba a La Concepción , Santa Bárbara, el Pilar, Palacés y hasta Zurgena. Todo el día la panadería estaba abierta, no había horarios. Solo se cerraba el domingo o algún festivo.
Cuando llegaban las fiestas, había que trabajar más. En las fiestas de la Virgen de la Soledad , el pueblo se llenaba de familiares, gentes llegadas de todos los rincones, con lo que se consumía más pan. Y…¿quién no recuerda aquellas noches, cuando ya apetecía algo calentito después de la marcha, llegar a la panadería y saborear un trozo de pan caliente con aceite de oliva y sal? ¡Qué bien sentaba!
Al llegar las navidades, el horno era un ir y venir de gentes. Una vez se terminaba de cocer el pan, se abría la panadería para todo aquel que quisiera cocer los dulces que ellos mismos hacían en sus casas. Toda la familia nos preparábamos para pasar horas y horas delante de la puerta del horno, cociendo los dulces. Recuerdo a las mujeres con tablas de madera en la cabeza portando los sobaos , con toda la ilusión de cocer sus dulces en el horno. ¡¡A más de una se le han dormido los sobaos, y se pasaban la noche y el día colocándoles el calor del brasero para despertarlos ¡! También los carretillos llenos de latas con pasteles, mantecados, etc.
Era una época en la que además se preparaban en la panadería cajas de dulces típicos, con las diferentes variedades. Era tradición que la gente que venía a pasar las navidades con sus familias, se los llevaran a sus lugares de residencia, y así durante unos días añoraban menos su tierra.
Al finalizar la Semana Santa , el domingo de resurrección, se iba de meriendas. Aparte de la gran cantidad de sobaos que se hacían para esos días, lo más tradicional era el hornazo (masa de sobao, con forma alargada y huevo en medio, adornado con tiras y azúcar). ¿Quién no ha llevado alguna vez en la mochila este rico dulce para el postre o la merienda….?
Y como todo, en agosto de 1998, después de 25 años de trabajo en la panadería, llegó el momento de la jubilación. Francisco y Julia, muy a su pesar, decidieron dejar el negocio, para poder descansar de tan dura vida, aunque con el corazón roto, por abandonar el oficio que tantas satisfacciones les dió. Porque los años pasan…. y nos hacemos mayores, y como ellos dicen, ya faltaban las fuerzas, de tanto madrugar, de noches sin dormir, de no tener vacaciones, pero con la satisfacción de un trabajo bien hecho.
De momento, la panadería está cerrada pero nunca se pierde la esperanza de que alguien vuelva a abrirla. Se conserva intacta, tal y como quedó el día que se cerró. Sería bonito volver a ver en Overa una panadería abierta, que nos volviera a envolver de esos olores característicos que un día tuvimos la suerte de disfrutar.
Julia y Francisco felices en su panadería |
Realmente emociona el cariño con que está hecho este artículo. Y nos sirve de ejemplo la dedicación, el sacrificio y la entrega de Francisco y Julia en su panadería. Que nuevas generaciones continúen su trabajo sería una buena señal del renacer emprendedor de nuetros vecinos.
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