viernes, 14 de septiembre de 2012

LA BALSA DE LAS MOLINAS O LA "VILLA JARAPA" DE OVERA. Por Alonso Martos Sánchez.



Construida a finales del siglo XIX, es probable que sea la más antigua de las balsas de Overa. La llamaban así por sus antiguas copropietarias, las hemanas Dña. Juana y Dña. Estefanía Molina Ayas, que vivían en la casa señorial cercana a la misma. Los más jóvenes la hemos conocido como la balsa de D. Pepe, por ser el heredero de la citada casa, pero en realidad, la propiedad era de los cuatro hermanos Molina Mena ( Dña. María, D. José, D. Pedro y D. Antonio).


Balsa de las Molinas en 1945. Al fondo, la casa señorial en la que vivían. En el margen izquierdo, la encina que servía de trampolín a los bañistas. Rodeada de palmeras, naranjos y todo tipo de frutales;  un auténtico vergel (Foto cedida por Inés Rinaudo).
 

Se trataba de una hermosa alberca(1) de forma cuadrangular y bastante profunda que servía para el riego de las fincas de los citados señores. También se usaba como abrevadero de las bestias de labor o para lavar la ropa, cuando no corría el agua por la acequia.
 
Podría haberse llamado “la balsa del pueblo”, pues en ella se bañó toda la gente de Overa y pueblos limítrofes. Recuerdo cómo jóvenes de Zurgena, Arboleas, etc, venían a darse un baño o se paraban a darse un capuzón cuando volvían de la playa, “para quitarse la sal”, decían. No hablemos ya de Huércal, donde la mayor parte de sus gentes eran conocidos de los propietarios.

Por ese carácter popular no le caería mal el apelativo de “la Villa Jarapa de Overa”. En efecto, así conocíamos a una playa de Vera donde veraneaba toda la comarca del Almanzora y pueblos adyacentes. Se caracterizaba por una serie de chabolas construidas con unos palos y jarapas, donde hacían vida los que se podían permitir unos días de vacaciones.
 
Balsa de las Molinas en 1945. Las personas que miran desde el muro, tocadas con sendas "rempujas" (Sombreros de palma de alas anchas) para resguardarse del sol. El moreno no estaba de moda. 
(Foto cedida por Inés Rinaudo).

En la balsa de las Molinas nos enseñamos a nadar a la manera de la época; es decir, atados a la cintura con una cuerda y llevados por algún adulto. Los flotadores eran inexistentes y se consideraba un privilegiado quien tenía un conjunto de corchos enfilados a modo de rosario que se colocaban en la cintura; que aunque no te impedían hundirte en el agua, te ayudaban a sostenerte un poco.

Pero no sólo fue un lugar iniciático en lo concerniente a la natación, sino también en lo que respecta a la geometría de las líneas y los cuerpos. Aprendimos con el interés del más aplicado de los alumnos, cómo de un año a otro las rectas se tornaban curvas; lo plano se transformaba en volumétrico. Los imberbes, en velludos adolescentes – por aquel entonces era impensable que un joven se depilase -. En esta pasarela observamos, con el rigor de un científico, el primer biquini, que si no era un escándalo para los de mi edad, sí lo era para nuestros padres. Pensemos que, para nuestros bisabuelos, era una obscenidad que una mujer enseñara los tobillos.

Así pues, acabada la escuela y llegadas las vacaciones estivales el “uniforme” dejaba paso al bañador y en pocos días estábamos más negros que el tizón. Cuando se acercaba el mediodía, conforme íbamos llegando, tomábamos carrerilla y...”el capuzón de la Virgen pura, que no me dé frío ni calentura”. Capuzón tras capuzón, cuando llevábamos un buen rato, los labios morados y dando tiritones, nos tumbábamos en el suelo pelado y cuando el astro rey nos calentaba, rebozados en tierra...“el salto de la parpalla, que se me haga la raya”. Después del intermedio de la comida, vuelta a las “nadadas”, a veces sin que transcurriera el tiempo necesario para la digestión. De ahí... “el capuzón del grajo si salgo salgo y si no al carajo”.
 
Joven lavandera. Balsa de las Molinas. (Foto: Henrique de Dinamarca).

Éramos unos expertos nadadores hasta el punto de capturar algunos peces de colores. Nos sumergíamos e iniciábamos su persecución y, al sentirse acosados, se refugiaban en las algas. Era el momento de coger el puñado con el pez dentro. Otra de las proezas probaba la resistencia pulmonar y consistía en cruzar la balsa por debajo del agua, hazaña que pocos conseguían, dadas las dimensiones de la misma.
 
Molineta.
Nos lanzábamos al agua de todas las maneras habidas y por haber: de púa, de bomba, de pie haciendo la estatua, de espaldas, de “panza”, de voltereta...Pero no de cualquier manera, sino con estilo: con mucho estilo; y desde la mayor altura posible. Es decir, desde la Molineta, que era nuestro trampolín. Me refiero a un depósito de agua de unos tres metros de altura, donde antiguamente había una molineta(2) para extraerla del pozo, aprovechando la fuerza del viento. Anteriormente, los bañistas también se tiraban desde una centenaria encina que había junto a la balsa, y para evitar un posible accidente, fue víctima del serrón de los Garro - mis amigos carpinteros - y pasó a otra vida reencarnada en pesebreras, mesas de matanza,etc.
Una habitación contigua, abandonada, hacía de vestuario - para quien lo necesitara – y nos servía a los autóctonos para escurcar los bolsillos de los forasteros y birlarles algún cigarrillo. Sólo pagaban “ese piso”(3) por compartir balsa con nosotros. En estos “vestuarios” teníamos guardada una pesada barra de hierro, con la que hacíamos levantamiento de peso para que, junto con el pan y chocolate, desarrollaran los bíceps.

Balsa de las Molinas en la década
 de los sesenta.Dos chorros de vida
 que hicieron de las fincas de los
 hermanos Molina Mena, un lugar
paradisíaco.
(Foto: Henrique de Dinamarca).
 
Pero como éramos anfibios, también había actividades terrestres asociadas a la balsa. A la salida del agua, en la acequia, teníamos hecho un “bebeor” donde poníamos la red para cazar “colorines”. Mediante una sencilla arte de pesca, consistente en un alfiler doblado, un hilo y un trozo de caña, capturábamos peces de colores con el único cebo de una corteza de pan. Los aficionados a la columbicultura, contemplábamos cómo los palomos “ladrones se ligaban a las laudinas” del cercano palomar. Muchas veces hacíamos un alto en el baño y nos dedicábamos a recoger naranjilla con el fin de ganar unas pesetas para nuestras fiestas...También podíamos tener el encargo de segar un capazo de hierba para los conejos, ovejas o cabras que, por aquella época, eran frecuentes en casi todas las casas...
 
En fin, amigos, los baños, como su relato, también tienen su término; así que despidamos el mismo como lo hacíamos con el agua. Cuando llegaba el momento, nos dábamos el último capuzón del día: “el capuzón de Cristo, que me visto”.

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(1). Alberca: Del árabe hispánico albírka. Depósito artificial de agua, con muros de fábrica para el riego.
 
(2). Es posible que la corriente eléctrica llegara a Overa de manos del pozo de las Molinas.

(3). Era costumbre que cuando un mozo iba a rondar a las jóvenes de otro pueblo, tenía que “pagar el piso”; es decir, invitaba a una ronda de vino, aguardiente... a los del lugar.




1 comentario:

  1. Anónimo16/1/13

    Amigo, seguimos esperando más aportaciones a la pequeña historia de Overa que con tanta maestría describes... Y sobre las semblanzas de los personajes únicos de nuestra Overa, que se que tienes en la cabeza...
    Juan Pardo

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